Con la introducción del budismo en Japón a través de Corea y China en el siglo VI, llegó también la costumbre del kuge, u ofrendas de flores en el altar. Un sacerdote budista de nombre Ono-No-Imoko insatisfecho con la forma despreocupada con la que los sacerdotes hacían las ofrendas florales en el altar de Buda, experimentó con arreglos que simbolizaban todo el universo. En sus diseños, las flores y las ramas se dirigían hacia arriba (nunca hacia abajo), y se disponían en grupos de tres para representar la armoniosa relación entre el cielo, hombre y tierra.
Los sacerdotes continuaron haciendo arreglos florales durante cientos de años, pero no hay constancia de ninguna forma o diseño que siguiera un sistema particular hasta finales del s. XV. En esta época, simultáneamente al Renacimiento italiano, Japón experimentó una explosión de desarrollo artístico, y se creó la arquitectura tradicional japonesa, tal y como la conocemos hoy en día, la poesía haiku, el teatro noh, la jardinería y se inició la formación de distintas Escuelas de Ikebana que han ido evolucionando y definiendo sus arreglos desde un punto de vista más tradicional o innovador, fluctuando siempre entre estilos más formales o informales.
Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha utilizado flores para significar todos los acontecimientos especiales de la vida, nacimientos, bodas, funerales, conmemoración de victorias, competiciones o certámenes y otros innumerables actos y celebraciones. Ha ofrecido a sus dioses como ruego, petición o agradecimiento de su ayuda y ha utilizado su simbolismo y belleza para transmitir sus sentimientos más íntimos y manifestar sus mejores deseos a los seres queridos o cercanos.
El poeta japonés de Haiku, Matsu Basho (1644-1694), escribió en uno de sus diarios, “Todos los que logran sobresalir en el arte poseen una cosa en común: una mente en comunión con la naturaleza a lo largo de las estaciones… y todo lo que ve una mente así es una flor y todo lo que una mente así sueña es la luna…”
El aspecto espiritual de Ikebana se considera muy importante para sus practicantes. El silencio es una necesidad durante las prácticas de ikebana. Es un tiempo para apreciar las cosas en la naturaleza que las personas suelen pasar por alto debido a sus ocupadas vidas. Uno llega a ser más paciente y tolerante hacia las diferencias, no sólo en la naturaleza, sino también en general. Ikebana puede inspirar a identificar con la belleza en todas las formas de arte. Este es también el momento en que uno siente la cercanía a la naturaleza que ofrece la relajación de la mente, cuerpo y alma.CURSO DE IKEBANA ONLINE